Anita Dólar

Ficha

Título: Anita Dólar
Autores: Roma García Guereta
Editorial: Alba
Fecha: 26 ene 2020
Tamaño: 1.22MB
Idiomas: Español
Literatura: Libros de Historia
ASIN: B0841SGVFH
Páginas: 341
Formato de la descarga: epub y pdf

 Sinopsis

Chicago, 1912.Anita Schneider es una de esas princesas americanas que volaron en bandada a Reino Unido para casarse con un lord y ofrecer así a su familia un lugar en la despiadada sociedad neoyorquina.Como la esperanza de su madre, quien sueña con ser recibida como una reina por las grandes familias

de Nueva York, y la mártir de su hermano Ernest, que desea un matrimonio sencillo con su amor de la infancia, Anita llegará a Londres con unas ambiciones más misteriosas de lo que su familia piensa.Sin embargo, tras un flirteo por el que sale mal parada, su camino a través de la alta sociedad británica se le hará más difícil todavía.

Leer el primer capítulo:

CAPÍTULO 1
Anita pensó que en ese momento alguien estaría disparando en un callejón, que una mujer
estaría dando a luz, pero que no pasaría de aquella noche; o incluso que algún respetado inspector
de la policía estaría aceptando dinero a cambio de la falsa inocencia de un criminal.

En ese mismo momento podían estar pasando cientos de cosas. ¡Qué idea tan maravillosa! Era
algo de lo más emocionante. Pero allí estaba Anita, a punto de dar el primer paso del que sería el
largo y arduo trabajo de cavar su tumba.
—¡Anita!

Desde la ventana, la ciudad parecía una encantadora miniatura de sí misma, como esos
pequeños trenes con los que los niños solían jugar hacía un par de décadas.
—Dime, dime —respondió Anita—, no vaya a ser que se te queden las palabras en la boca y te
atragantes.

Todos decían que Anita era muy irrespetuosa con su madre y nada cariñosa con su padre.
Al hijo, sin embargo, no le prestaba mucha atención, pues él no la soportaba y no podía esperar
a que la casaran para perderla de vista.
—Ana, Madre te está esperando abajo,

en el recibidor. Apresúrate o llegaremos tarde —le
dijo él.
Anita Schneider era una joven apenas en edad casadera, bonita, pero tampoco demasiado, lo
necesario para llamar a los hombres al coqueteo, pero no como para recibir trágicos poemas de
amor.

Y, lo más importante, era de familia muy rica.
Los Schneider, alemanes por parte del padre, el señor Schneider —un muerto de hambre de
Fráncfort del Meno—, eran conocidos, como a muchos otros, por ser nouveau riches.
El padre de familia había hecho dinero poco después de su llegada a América gracias a los
ferrocarriles.

—Este hotel es espantoso —se quejó ella mientras bajaban las escaleras al recibidor.
—¿Por qué dices eso?
Anita señaló la habitación con un gesto vago.
—La decoración, el olor, la gente… ¡Los modales! —insistió—. Los ingleses son irritantes.

—Los ingleses son irritantes cuando tratan contigo porque eres una niña insoportable, Anita.
Ahora cállate y baja las escaleras —dijo Ernest.
—¡Retira eso!
—Ernest, por Dios, deja de chincharla.

Las escaleras del hotel se quedaron en completo silencio cuando la señora Schneider hizo
presencia. Fue hacia su hija y le cogió los cachetes suavemente con una sonrisa de cariño.
—¿Cómo puedes decirle cosas tan feas a tu hermana, con esa carita suya? ¡Qué niña tan linda
eres, Anita!

—Madre, suélteme, por favor —se quejó la joven. Tenía las mejillas enrojecidas y doloridas.
La apartó de sí con un manotazo y se cruzó de brazos.
Ernest se adelantó y bajó junto a su madre. Anita, que se había quedado mirando a su hermano,
bajó las escaleras con mucha más lentitud para hacerle rabiar.

—¿Adónde vamos? Llegamos a Londres hace poco más de una hora y solo me ha dado tiempo a
cambiarme —sollozó Anita, recibiendo el abrigo del mozo—. ¿Qué vamos a hacer aquí si no
conocemos a nadie?
—¡Deja de quejarte! —le pidió el joven.

—Iremos a cenar a casa de una vieja amiga de vuestro padre, la señora Spratt —dijo la señora
Schneider—. Su esposo es un empresario muy importante y nos presentará a las personas
necesarias para encontrarte un buen marido.
Anita puso los ojos en blanco y entró al coche.

—Un marido con título, bueno no tiene por qué serlo. ¿Y solo es una cena informal? Pensaba
que me presentarían en un baile.
—Es una cena íntima —repuso la señora.
La joven miró por la ventana: solo veía personas, coches, más coches y ese aire gris del que le
habían hablado en Chicago.

Aquel país era insufrible y la sola idea de quedarse ahí para siempre
le provocaba un dolor en el pecho.
—Cálmate, todo va a salir bien —le susurró la señora Schneider—. Un día y estarán todos los
lores prendados de ti.

Anita sonrió dándole la espalda.
—¡Mírala! Le brilla la cara. ¡Todo este juego suyo no es más que una patraña para dar lástima!
—¡Ernest! Deja de decir eso o te mandaré de vuelta a Chicago con tu padre —gruñó la mujer.

—¿No ves que es eso lo que intenta, madre? Quiere irse de aquí para volver a América con la
señorita Folch. ¡Rosita, que lo espera con mucho amor en los ojos!
Ernest le tiró su sombrero a la cara con el ceño fruncido e intentó ahogarla con él.
—¡Rosa, Rosita! —repitió la chica.

—¡Parad! Anita, te estás arrugando el vestido. Y Ernest, olvídate de Rose Folch de una vez,
tendrás mujeres más dignas a las que acceder si Anita se casa con un noble.
—Si Ana se casa con un lord, ¿por qué tengo que casarme yo con una lady? —insistió Ernest,
que se sentía acorralado.

La señora Schneider soltó una bocanada de aire.
—Y no tienes que hacerlo, Ernest. Pero esa chica no te conviene en absoluto.
—Bueno, bueno —sollozó Anita—, ¡de tu amor hablaremos luego! ¿Puede decirme, madre, a

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