Ficha
Título: El desván de la casa de los Shepher
Autores: Tamar Yellin
Editorial: RBA Molino
Fecha: 29 dic 2019
Tamaño: 1.10MB
ASIN: 9032673462345
Idiomas: Español
Literatura: Libros de Historia
Páginas: 324
Formato de la descarga: epub y pdf
Sinopsis
Después de muchos años de ausencia, Shulamit, una profesora de estudios bíblicos en Inglaterra, regresa al hogar de sus antepasados: Jerusalén. Allí redescubrirá su historia y la de los suyos.
De la mano de antiguas cartas, diarios y documentos se topará consigo misma, al descubrir de dónde y de quiénes proviene. De la esperanza de su bisabuelo, que viajó hasta Babilonia persiguiendo las sombras de la mítica historia de las Diez Tribus Perdidas. Del desdén de su abuelo, que huyó de la guerra.
Del desengaño y de la resignación de sus padres y sus historias de amor no correspondido. De una familia tan diferente y extraordinaria como todas las demás, absorbida por el paso de los años y el silencio de la irrelevancia: la condena al anonimato del tiempo que se va.
Al poco de llegar, Shulamit descubre que los Shepher, los suyos, viven entre disputas, pendientes de un extraño y misterioso códice que, al parecer, en realidad nadie conoce muy bien, pero que concentra la atención de estudiosos, de expertos, de religiosos, y de familiares cercanos y distantes, aunque la mayoría desconoce los motivos de tanto interés y expectación.
El desván de la casa de los Shepher es una novela extraordinaria, reflexiva, de mirada sosegada y ácida. La autora recorre en sus páginas la vida de una familia de las que hay muchas, de las que casi nada queda, en la que podemos reconocer nuestros propios pasos y los de los que nos precedieron por el camino.
Leer el primer capítulo:
Una semana después de su Bar-mitzvá, en la primavera de 1853, se casó mi bisabuelo, Shalom
Shepher de Skidel. Se trasladó a vivir con su suegro, el rabino de Bielsk.
En aquel entonces estudiaba a más y mejor, y comía en la misma medida. Dedicaba dieciocho
horas al día a los libros sagrados, una hora a caminar y cuatro a dormir. Le quedaba una hora
entera para comer, un espacio de tiempo que le permitía consumir mucha comida.
La habitación matrimonial estaba amueblada con un arcón, una silla y una cama. Shalom
Shepher instruyó a su esposa en los ritos del matrimonio. Por la noche, ella se escapaba y se iba a
dormir con sus hermanas.
Shalom Shepher dijo al rabino de Bielsk:
—Si me habéis casado con una niña que desatiende a su marido y prefiere dormir con sus
hermanas, me divorciaré y me casaré con una mujer.
A partir de entonces, el rabino prohibió a su hija que siguiera durmiendo con sus hermanas.
Shalom Shepher comía mucho y estudiaba mucho. Leía los comentarios y los comentarios de
los comentarios. Leía el Talmud, tanto la Mesná como la Guemará, y sobre todo leía la Torá, hasta
el punto de que si uno hubiera cometido el sacrilegio de hincar una aguja en las hojas del libro
santo traspasándolas, nuestro héroe habría sabido decir todas y cada una de las palabras que había
atravesado la aguja.
Tenía grabadas en su espíritu dos máximas de los sabios. Una era:
No tienes el deber de terminar el trabajo;
tampoco eres libre de abstenerte de él.
Aquel epigrama paradójico, con su eterna incitación al remordimiento y a la ineptitud, le
encantaba.
La otra era:
No digas: «Cuando tenga tiempo, estudiaré».
A lo mejor no tienes tiempo.En Bielsk perfeccionó las aptitudes que había comenzado a cultivar en Skidel. Aprendió a
hilar muy fino y a rizar el rizo en materia de lógica. Aprendió a practicar la zancadilla y a andarse
por las ramas, a eliminar la blandura de las argumentaciones.
Desarrolló el arte del análisis en
profundidad, ese tira y afloja académico tan del gusto de los rabinos, y fomentó la capacidad de
ponerse prestamente en el otro bando a fin de prevenir que el debate llegara a alguna conclusión.
Tenía la costumbre de enroscarse uno de los tirabuzones en torno al dedo mientras hablaba, lo
que recordaba a los demás su extrema juventud y tenía la virtud de irritar sobremanera a sus
oponentes. Era conocido por su erudición y su apostura. Aunque esto último la leyenda lo ha
exagerado un poco. Era corto de piernas y desparramado de pecho, y, como muchos miembros de
mi familia, sufrió una tendencia a la flatulencia y a la hipertensión en la fase final de su vida. Pero
tenía una abundante cabellera de un color rubio rojizo que, al decir de las gentes, era indicio de
parentesco con el rey David, y también de generosidad.
Al rabino de Bielsk le puso las cosas difíciles. A los dieciséis años, Shepher era un notable
estudioso. Poseía, por otra parte, un agudo sentido del humor, cualidad esencial para entender los
escritos de los sabios. El rabino decía algo kosher, es decir, conforme a la ley judía, y Shepher le
llevaba la contraria; el rabino, aturullado ante su brillante pupilo, cedía, con lo que Shepher podía
construir otro precedente y elevarlo de nuevo a la categoría kosher. Se habría podido afirmar que
daba sopas con honda al rabino de Bielsk.
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