Sakura

Sakura de Matilde Asensi

Ficha Técnica

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 Sinopsis

Descargar Sakura de Matilde Asensi En 1990, Ryoei Saito, un multimillonario japonés, adquirió El retrato del doctor Gachet, de Vincent Van Gogh, en una subasta de Christie’s por la suma más grande pagada hasta entonces por una pintura: 82,5 millones de dólares. El multimillonario falleció poco después y, con él, el cuadro desapareció para siempre.

Sakura, la gran aventura de Matilde Asensi.
Un galerista holandés, una enfermera francesa, un artista urbano, una pintora italiana y un contratista norteamericano iniciarán en París la búsqueda de la pintura y terminarán sorteando peligros y descifrando enigmas en una arriesgada aventura en Japón.

Matilde Asensi nos sorprende una vez más tratando de resolver uno de los enigmas más asombrosos del siglo XX.

Una novela en la que las tradiciones de la cultura japonesa se cruzan con la pintura impresionista del siglo XIX y el arte urbano más actual.

Leer el Primer Capítulo:

Un poco más arriba de la puerta del templo había un cartel con una
estampa que reproducía la antigua entrada del pueblo de Ishiyakushi por la
ruta del Tōkaidō pintada también por Hiroshige en otra de sus series, pero a
mí me seguía gustando mucho más la lámina del cerezo de Yoshitsune.
—¡Eh! —nos llamó Ichiro agitando el brazo, impaciente.

Subimos una rampa de piedra, pasamos bajo un tejadillo con dragones y
entramos en un enorme jardín lleno de árboles y plantas de un verde
exuberante. En primavera, aquellos cerezos debían de ser impresionantes y el
jardín, un lugar mágico. Sin embargo, ahora escaseaban hasta las flores. No
es que en aquel momento no fuera bonito, pero tampoco el día nublado y
lluvioso acompañaba. Siempre hay algo triste y melancólico en un jardín bajo
la lluvia.

También había por allí algunos japoneses mayores con finos
impermeables de plástico paseando por los caminos de baldosas del jardín,
que estaban flanqueados por finos pilares de piedra, como de un metro de
altura, con textos grabados en vertical y, encima, una especie de farolas
apagadas con tejadillos a dos aguas.

—Los japoneses no sólo venimos a los templos a orar —nos explicó
Ichiro—. El templo, budista o sintoísta, es un lugar de reunión para
encontrarse con los amigos, los vecinos o los conocidos, charlar y tomar el té
o sólo para pasear. Nuestros templos son como clubes sociales con funciones
religiosas, por eso es raro ver a los sacerdotes o a los monjes durante los días
normales. El templo está abierto y suelen ser los jubilados, de manera
voluntaria, quienes cuidan de los jardines y de la limpieza en general. Es una
tradición muy extendida.
—Y ahora que ya estamos aquí, ¿qué hacemos? —le cortó Morris.
—Sé lo mismo que tú —repuso Ichiro, distraído, mirando a un lado y a
otro.
—Supongo que habrá que buscar alguna señal —añadió Gabriella—.
Algo que nos diga adónde tenemos que ir y qué tenemos que hacer.
—¿Por qué no nos dividimos? —propuso Oliver—. Si buscamos por
separado iremos más rápidos. Este jardín es muy grande y tiene muchos
recovecos.

Nos fuimos alejando poco a poco unos de otros mientras avanzábamos
hacia el templo principal. En algunas intersecciones de la calzada se veían
pequeños santuarios cerrados a cal y canto con la cuerda de un cascabel
gigante colgado del alero hasta casi rozar el suelo. En otra, me encontré con
un hermoso jardín seco japonés, uno de esos que hacen con gravilla y piedras
enormes artísticamente colocadas por aquí y por allá.

Al final, me quedé solo y caminé entre los árboles repasando mi
conversación con Gabriella en el microbús. En realidad, no recordaba la
conversación; recordaba sus gestos, sus miradas, su actitud rebelde, su lucha
por volar libre… Podría enamorarme de aquella mujer. Sí, podría. Pero no
sería nunca correspondido. Ella ni siquiera notaba mi presencia y era
demasiado hermosa y lista como para, de un vistazo, no saber a esas alturas
de su vida qué tipo de hombre le gustaba.

Mis pensamientos se iban oscureciendo como el cielo de aquel día
cuando, desde la distancia, escuché una suave y discreta llamada de Odette.
Había encontrado algo. Giré sobre mis talones y, sujetando bien la mochila,
eché a correr hacia la dirección de la que procedía la voz. Un par de jubilados
japoneses me sonrieron al verme pasar a toda velocidad. Hay que reconocer
que los japoneses son educados y amables hasta no poder más.

Estaba a punto de desviarme del camino correcto cuando una segunda
llamada de Odette me orientó en la dirección opuesta a la que acababa de
tomar. Vi a los demás acercarse al mismo tiempo que yo. Todos corríamos
hacia el templo principal que tenía las puertas abiertas. Odette nos esperaba
en el engawa, en la parte alta de las escaleras y, junto a ella, un joven monje
budista nos miraba bastante atónito.

—Hay un cuadro de Vincent Van Gogh dentro del templo —nos explicó
Odette—, pero este sacerdote no reconoce el nombre del artista y no deja que
me acerque.
—¿Un cuadro de Vincent Van Gogh en el templo de Ishiyakushi-ji…?
—se sorprendió Ichiro mientras saludaba con una reverencia al monje.
El joven monje, que no vestía con los colores azafranados o rojos como
se hubiera podido esperar de un budista sino con una camisola gris bajo un
hábito negro, inclinó la cabeza rasurada a modo de saludo y se dirigió a
Ichiro. Estuvieron hablando un rato y, luego, nos invitó a pasar.
—El monje dice —nos explicó Ichiro mientras entrábamos en el templo
— que no es un cuadro de Vincent Van Gogh sino una obra de Ogata Kōrin,
de principios del siglo XVIII.

Me quedé sin aliento cuando descubrí, en la pared del fondo de la
pequeña habitación del templo a la que nos había llevado el monje, el cuadro
de Los lirios de Van Gogh. Si era el cuadro de Van Gogh, y lo era sin
ninguna duda, ¿cómo podía ser de un japonés del siglo XVIII?
—Es una obra del famoso artista Ogata Kōrin, pintada en 1705 —
murmuró Ichiro traduciendo al monje—. En 1701 pintó su célebre Biombo
del lirio en Edo y el éxito fue tan grande que se le pidió que pintara sus
famosos lirios aquí, en el templo de Ishiyakushi-ji, y en otros muchos lugares
de la ruta del Tōkaidō.

—¡Pero es el cuadro de Van Gogh! —exclamó Oliver, perplejo.
Yo, que me había fijado más y que, desde joven, tenía memorizadas las
pinturas de mi paisano, descubrí que había algunas importantes diferencias
entre ambas obras. Lo que nos pasaba era que, así, al primer vistazo, parecían
iguales. Pero no, no lo eran.
—No, Oliver —le dije, sintiéndome más favorable hacia él ahora que
sabía que no era competencia—. Fíjate en el fondo. En esta pintura de Ogata
Kōrin el fondo es amarillo.

En el cuadro de Van Gogh se ven pequeños
girasoles al fondo y un suelo de tierra roja en primer plano. Además, los
propios lirios son de un azul más claro en Van Gogh que en Kōrin.

—Te equivocas, Hubert —me corrigió Ichiro—. Los lirios no tienen un
color diferente. O no lo tenían… El azul claro que ves en Van Gogh es
resultado de la degradación producida por el tiempo y la luz. En realidad,
Van Gogh los pintó del mismo azul cobalto que Ogata Kōrin.

Ficha Técnica

Título: Sakura
Autores: Matilde Asensi
Editorial: La Esfera de los Libros
Fecha: 07 may 2020
Tamaño: 1.36MB
Idiomas: Español
ISBN/ASIN: 934763478234
Literatura: Libros de Aventuras
Páginas: 367