Ficha
Título: Un corazón demasiado grande
Autores: Eider Rodríguez
Editorial: Literatura Random House
Fecha: 29 dic 2019
Tamaño: 1.49MB
Idiomas: Español
ISBN/ASIN: 9788439736233
Literatura: Libros de Aventuras
Páginas: 256
ASIN: B07V2BXNS7
Formato de la descarga: epub y pdf
Sinopsis
Una mujer acepta la incómoda tarea de cuidar a su exmarido enfermo a pesar de llevar veinte años separados. Una familia marcada por las secuelas físicas de un terrible incendio celebra el cumpleaños de su hija. Una mujer conserva en un bote el mioma extirpado de su útero y otra no reconoce sus propias manos. También hay historias políticas donde sus protagonistas arrastran heridas del violento pasado
del País Vasco y relatos familiares sobre mujeres desapegadas de sus hijos, de sus madres o de sus propias vidas; cuentos que ponen en entredicho la solidaridad o en los que importan más los animales que las personas.
Los relatos de Eider Rodríguez, Premio Euskadi de Literatura, tienen la virtud de dejar una profunda huella en la mente del lector. Su voz inclemente indaga en la cotidianidad de la clase media vasca y en las ruindades de un territorio humano reconocible por todos. La prosa descarnada y sin artificios de la autora abre las grietas de las buenas apariencias e intenciones para mostrarnos las múltiples sombras que se esconden bajo su fachada
Leer el primer capítulo:
El silencio de una chocaba contra el silencio de la otra, al cerrarse el frigorífico, al poner los
vasos sobre la mesa, cuando los tenedores golpeaban los platos.
–Sabes lo que voy a decirte, ¿verdad? –le preguntó Madalen a su madre.
–¿Que tienes problemas con las drogas?
Pocas veces se ponía nerviosa, pero cuando lo hacía decía cosas que ni siquiera sabía que
podía llegar a pensar.
–Te estás escapando.
–No tengo ni la menor idea.
–Es sobre papá.
–Ah… ese hombre. ¿Ha empeorado?
–Cada día.
Ixabel chasqueó la lengua para dar por terminada la conversación. Pero Madalen no se dio por
vencida:
–Ahora ya sabes lo que quiero decirte.
–Ni se te ocurra. Hablo en serio. ¡Ni se te ocurra! –Ixabel levantó las manos como un policía
alejando a los curiosos en un accidente.
–No hay más remedio. Si lo hubiera, sabes que no te lo pediría.
Madalen pidió permiso a su madre para llevarse el pedazo de tortilla que había sobrado. Se
había pintado las uñas de morado, de esa manera que solo les queda bien a las chicas jóvenes, con
los bordes mal trazados, tenía la piel morena. Nunca en la vida le había pedido nada, y nunca
había utilizado ese hecho como argumento a su favor.
Ixabel y Ramón se separaron cuando Madalen tenía dos años, y un año después, el nuevo novio
de Ixabel se mudó a Hendaya con ellas. Desde entonces vivían en una casa unifamiliar azul y
blanca construida en la década de los cincuenta, que en la parte trasera tenía un bonito jardín, y en
la parte delantera el nombre «Ene kabia», «Mi nido», que había seducido a Ixabel desde el
momento en que la vio por primera vez. Ramón se fue a vivir a San Sebastián, allí reorganizó su
vida. Madalen aceptó sin quejas el ir y venir cada quince días entre los papábados (que llamó así
hasta la adolescencia) y su vida cotidiana, convirtiendo la frontera administrativa en frontera
emocional.
–Será de lunes a jueves. Empezando este mismo lunes. El viernes, en cuanto vuelva de Burdeos,cogeré yo el testigo, hasta el domingo.
Ixabel se imaginó a sí misma vestida de chándal, con una cinta de felpa en la cabeza, llevando
penosamente el testigo entregado por su hija en la estación de tren.
–No me siento capaz.
–No creo que llegue a Navidades. En serio.
Ixabel contó para sus adentros los meses que quedaban: tres y medio.
–Tengo que hablar con Iñaki.
–Ya lo sabe.
–Ah, ¡muy bien! –exclamó Ixabel.
Ixabel se preguntó hasta qué punto era consciente Iñaki de ser una especie de escudo humano, y
hasta qué punto lo querían por eso.
–¿Y tu padre está de acuerdo?
–No tiene otra opción. Todavía no le he dicho nada… quería preguntártelo antes a ti.
Madalen llevaba el pelo recogido en una tupida cola de caballo, como hacía muchos años lo
había llevado su madre.
–Qué es esto, ¿una emboscada?
–Iñaki está dispuesto a ayudar.
La lealtad casi maniática de Iñaki acabaría por volverla loca. Pero ¿qué podía esperarse de un
tipo que jamás le había quitado el coscorro al pan de camino a casa? Lo peor era que era cierto,
que estaría verdaderamente dispuesto, como cuando consultó tutoriales en internet para aprender a
hacer la trenza espiga que había pedido Madalen.
–Y no te lleves los plátanos, son para cuando Iñaki vuelva de correr –le dijo a la hija,
queriendo subrayar de quién era aquella casa y las cosas que había en ella–. Y las peras tampoco.
Sin que nadie dijera nada a nadie, aquel verano habían comprado más fruta de la que
necesitaban en casa, para facilitarle la vida a Madalen. Madalen sacó la fruta magullada de la
bolsa. Ixabel se avergonzó al ver el estado en que estaba, pero como después de desbarrar le
parecía importante mostrar algún aspecto grotesco de sí misma, peló una pera que le dejó los
dedos pegajosos y la engulló manchándose la cara.
–No sé si me entiendes: no te estoy pidiendo que ayudes a papá, te estoy pidiendo que me
ayudes a mí –insistió la hija.
Madalen era una mezcla entre la perseverancia del padre y el buen talante del padrastro, y, más
allá del parecido físico, a Ixabel le costaba encontrar en su hija sus propias huellas. Llevaba todo
el verano ocupándose de las comidas y cenas de Ramón, además de las visitas al médico y otros
cuidados que ella no podía ni tan siquiera imaginar, pero no le había escuchado el menor lamento;
a pesar de que todos los que conocían aquel trajín la miraban con admiración, ella temía que le
hubiera tomado gusto al sometimiento.–Estoy muy confusa –dijo Ixabel.
Madalen le dio un abrazo,
o más bien se lo pidió. Hacía años que olía a mujer adulta, y a pesar
de ello Ixabel besó con sorpresa aquella cabeza que un día había olido a colonia inofensiva.
Iñaki se tumbó en la cama tras hacer algunos estiramientos. A Ixabel siempre le resultaba un poco
chocante ver con ropa tan colorida y ajustada a aquel hombre que en lo cotidiano la tenía
acostumbrada a una vestimenta discreta, pero le gustaba.
Puso dos dedos en su cuello con la mano en forma de pistola.
–Parece que a partir del lunes va a cambiar nuestra vida, ¿no? –dijo Ixabel.
–¿Ya te lo ha dicho? –dijo él, incorporándose y dejando una huella de sudor en el edredón–.
Nos arreglaremos.
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